martes, 18 de enero de 2022

Conversatorio entre Oscar López y Edenilson Rivera

 

 

“A veces, me duele ser yo”


 

Me confesó el pintor Oscar López que comenzó a crear a partir de sentir un fracasado.

Esta no es, digamos,  una entrevista formal, pero sí una conversación sobre sus procesos artísticos y vitales. Hablamos en esta oportunidad de varios temas: de ‘Mágico’ González y Maradona, de lo que representan más allá de sus talentos futbolísticos; de la duda y las caídas existenciales. También  de Rocky Balboa (y su épica individual), de Bruce Lee, de Malcolm X, de lo que estos personajes simbolizan para sus pueblos en diferentes contextos. Hablamos de poetas, de su agudeza y su relevancia cultural. Conocer lo que un artista dice de sí mismo siempre es revelador para conocer algo de las concepciones de su arte.

 

 

E: Oscar, por qué demonios creamos; por qué pintás.

O: Creo que una respuesta clara no la tengo definida, tal vez tengo aproximaciones. Y sí me di cuenta de que muchos artistas, antes que yo, llegaron a esas aproximaciones, quizás, más serias de las que yo estoy planteando. Te puedo mencionar desde Delacroix, que es un pintor francés; o te puedo mencionar a los creadores de Cómics. Yo no tengo un concepto rígido de quién es o no artista. De hecho, yo siempre te he mencionado a ‘Mágico’ González: yo lo veo muy poético-filosófico al tipo, y veo que la gente se burla o se ríe; pero te da unas consignas magistrales. En ese sentido, sí, yo me doy cuenta quién está más cerca de eso porque estoy desde fuera. En mí concepción, te podría decir que creo por cosas tan básicas, tan trilladas como miedo a la muerte, narcisismo intelectual, cualquier tipo de cosa, porque, incluso, si yo supiera cuál es la respuesta, tal vez, dejaría de crear, porque ya sé por qué estoy creando. Simplemente, es una necesidad vital. Es rico respirar y no te preguntas por qué. Sí, hay elementos temáticos, obviamente, que te pueden influir, o un contexto como el de la pandemia, que, creo yo,  quizás nos dio, por vez primera  en una situación difícil, el verdadero estilo de vida creacionista, por qué no teníamos nada qué hacer, estábamos encerrados, y teníamos que enfocarlo y lo empezamos a ver y nos gustó. Y creo que de ahí todos: empezó un nuevo ciclo a nivel artístico; el problema es el factor económico o los factores vivenciales. Pero, por qué creamos: creo que es una respuesta que solo te la da el contexto mismo de tu imbecilidad, jeje. A veces, tenés que ser imbécil para empezar a crear. Sentirte mal, sentirte tonto, frustrado, fracasado… que solo venís de adorno a este mundo. Creo que cuando entendés eso, empezás a crear. Te estoy dando la razón por la que, empecé a crear, no te estoy diciendo, en general, por qué creo que lo estoy haciendo.

 E: Dijiste algo del mundo, me dijiste que me estabas dando una respuesta razonable; por qué comenzaste o por qué estás en la marcha, en la busca. Pero, entonces, qué pasa en el mundo, qué  te mueve a hacerlo.

O: Pues, mirá, como te repito, creo que lo más fácil para mí estar sentado pintando, por qué voy a pintar o a quién le voy a pintar, no es una respuesta clara que tenga. Aquí, entramos a conceptos más filosóficos y existenciales, en el sentido… en primera instancia, de definir qué es arte para mí. Y si lo que yo estoy haciendo es arte. Te puedo contestar claramente: lo que yo estoy haciendo es una mierda, a veces, pero es parte de mi crecimiento, de mi desarrollo existencial como tal, tener esas dudas. Creo que todos generamos un cúmulo de información, tan pesado, que entonces ya tenés demasiados referentes y eso te hace dudar. Muy posiblemente, con esta pregunta que me estás haciendo, yo te hubiera dicho a los 19 una estupidez maravillosamente poética: yo te hubiese dicho que soy el nuevo Rimbaud de la poesía, una dicotomía muy extraña.

 E: También comenzaste escribiendo poesía…

O: Sí, sí, de hecho… Yo considero que quien entiende el secreto de la poesía, ¡puta!, está cerca de los dioses, porque realmente la vida conlleva esa magia, miserable e insignificante, para algunas personas; para otras, un estado, una conciencia, una filosofía una manera de ser, de respirar. O sea, yo me pregunto por qué la manzana es roja y por qué me gusta el color rojo. Eso es normal, pero preguntarse quién le puso rojo al rojo, ya me metiste en un huevo[i]. O sea, voy más allá de…  Y, quizás, por eso no te puedo dar una respuesta porque no me quedo con la típica de… el seseo, la muletilla de: “es que yo creo en mi arte porque es una manera espiritual”. Eso es lo que hemos  oído alrededor de, quizás, entrevistas anteriores, de muchos o artistas, o lo que nosotros consideráramos para salir del ‘huevo’. Me estás haciendo una pregunta tan difícil, que no tengo una respuesta clara.

E: Bueno, me gustan las cosas difíciles, pero no por ponerte en aprieto.

O: Yo sé. Y me gusta que me pongas en aprieto porque me hacés reflexionar. Quizás, no te esté diciendo nada ahora; pero cuando llegue a mi casa, te pegue una llamada, dos días después: “hey, man, puta, ya entendí lo que me querías decir”. O sea, ese sentido no sentirte perturbado por no poder  contestar algo, creo que te hace más maduro a nivel creacionista artístico, porque no tenés una respuesta definitiva para crear, para salirte de la tangente: simplemente, lo hacés, pero la reflexión como tal es la válida. Como dicen los abstractos, no me importa el producto final, sino el proceso. Aquí, en todo caso, es la reflexión.

EComo parte de mis lecturas,  consultaba un ensayo de un filósofo metafísico; él dice que la función del arte pareciera consistir en no comprender, en no tener un sentido claro, a veces. Es decir, el gran arte denso, hasta, incluso, podríamos hablar de un poema hermético. Vos, por ejemplo, hacés abstracto.

O: Bueno, ahora estoy haciendo Pop. Ahora estoy haciendo Cómics…

E: Pero alguien te puede decir: «cuál es el sentido». Cuál es su fuerza comunicativa. Bueno, el mundo está ahí… Pero, entonces, por qué el artefacto artístico.

O: Bueno, sí, el mundo está ahí. De hecho, para mí, si mi arte fuera funcional y “utilitable”, creo que ya no estaría haciendo eso. Sí, hay transacciones económicas: estamos ratificados por galerías, por museos, porque buscamos, como cualquier profesional, ingresos económicos. Yo no te voy a hablar en términos utópicos, te voy a hablar como un ser humano que caga, come, cerveza, compra libros, necesita fortalecerse. Yo no creo en esas falsas identidades de “yo no leo porque me contamino”, “yo no veo imágenes de Instagram” o de cualquier red social porque me contaminan”. A mí me encula[ii] ver hasta revistas Playboy, no por el morbo, sino por cómo es la letra, como están combinados los colores diseñados; todo eso tiene una dinámica, un sentido; pero todo eso es funcional y utilitario. Si alguien me dijera “me gusta tu cuadro porque me combina con mis cortinas”, puta, creo que me sentiría sumamente fatal. Pero si me dice “no sé por qué putas me gusta tu cuadro, pero lo quisiera tener en mi casa y mi casa es un gran desvergue”, estoy comprobando una de las funciones artísticas: expresarte, me estoy expresando. Obviamente, hubo un diálogo. La gente se lo lleva, lo pone en su casa o donde quiera, pero no me estás transformando o no me estás cosificando, aunque se escuche contradictorio y necesitemos ratificaciones. Hay muchas piezas de arte, por ejemplo, la de Marcel Duchamp (que ahora ya la historia está desvirtuando), se dice que hay una mujer detrás de él, que tenía esos famosos ready-made. Pero, ejemplificándolo, quizás por ahí podemos abordarlo. En qué medida estamos conscientes del utilitarismo y funcionalidad de esas piezas, y a pesar de eso seguimos creando, o, si te considerás anárquico, en ese sentido, y lo que va a venir, obviamente, te va a retribuir, pero no vas sobre el epíteto de “gran artista”, “gran maestro”, qué se yo, cosas tan inválidas a mis 39 años, pero tal vez en mi juventud era lo que perseguía: el aplauso, la ratificación. Creo que todos los artistas han buscado en alguna medida eso. Llega un punto en que si llega bueno, si no, qué más da. Vamos al génesis de esto, como el ejemplo del color de la manzana…

E Quizás, habría que buscar un sentido…

O: Ajá, hay que buscar un sentido. Y cada quien tiene derecho a eso. Como te repito, quizás aquí ya toqué dos ejes fundamentales: utilidad y funcionalidad, o lo que vos querás llamar, mediante si  se es o no artista, porque vamos a otro tipo de elementos. Aquí no estoy diciendo quien es bueno y quién es malo. La preguntar concreta  fue por qué creamos. Y me desconcierta también, lo que te estoy diciendo

E: Sabes que yo no soy un conocedor del arte pictórico; quizá, mi interés es ir más por el lado intuitivo, reflexivo.

O: Es que eso que estás diciendo… Toda la gente me dice: “no entiendo el arte”, “no conozco de arte, pero me gusta”. Pero estás siendo intuitivo, reflexivo, estás siendo visceral, estás fluyendo con el color ¿Sabes quiénes manejan de una manera magistral el color? Los niños. Los niños no tienen ningún tipo de concepción académica, pero ellos ponen el color tal cual su emoción lo dicta. Y esa intuición, conforme nos academizamos  no estoy en contra de eso, ojo, conforme nos vamos haciendo retóricos, técnicos, tecnificables, conceptualizados, perdemos esa maravillosa esencia de la intuición. Y muchos la mantienen, por ejemplo, voy a hablar de poesía, que me encula. Rimbaud la mantuvo y fue un niño hijodeputa siempre en su escritura, pero un niño hijodeputa consciente de que ya le apestaba la axila, ya le gustaban los hombres o las mujeres, ya vivía en su contexto, pero eso lo supo conservar para no intervenir en su poesía. Muchos artistas, y quizás me incluyo yo en primer plano, cometimos el error de creer más lo que nos decían otras estéticas, a las propias.

E: Recién hablabas también de Bukowski; Creo que él decía, hablando de literatura,  que cuando desaparece el espíritu, aparece la forma. Se refería a la utilización de la técnica fría, creo. Hablabas de Rimbaud, de quien se dice que entre los 16 y los 19 escribió todo, su mayoría de obra. Porque también está el espíritu de la creación salvaje, digamos. Además, hay cosas que se acumulan, o se traen, o simplemente hay un tiempo; por supuesto, está la inteligencia individual, la sensibilidad.

O: Exacto. O las entendés antes que otras personas.

E: Pero yo te decía: qué pasa en el mundo. Yo digo en poesía: el mundo te duele; ¿te duele lo que ves?

A veces, me duele ser yo (jejeje), aunque se escuche raro, no por negación a mi proceso, sino porque siento que no estoy haciendo lo que tendría que hacer, a pesar de creerme el hecho de la práctica pictórica, porque eso lo respeto. Pero solo creerme no basta, también me duele no creérmelo. Y esas contradicciones de estar, no estar, ser y no ser: es la maldición del salvadoreño.

E: Es parte de la duda: ¿se vuelve la duda, de alguna manera, metódica en el arte?

O: Para mí, sí. Porque, mira, ahhh… por ser salvadoreño, tal vez, es mi naturaleza, voy a hablar quizás de mi idiosincrasia fundamental. Siento que si yo no desconfío en algo, siento que no merece mi interés; te estoy hablando desde las relaciones personales hasta el proceso mismo de preparar una tela. Tengo 17 años de preparar tela y siempre dudo de cómo la voy a preparar, y es un proceso mecánico, casi, si lo querés verlo de esa manera. Pero también la obra es una entidad viva antes de que esté viva, la obra está desarrollada sin que vos lo sepás.

E: ¿Es un cúmulo de materiales?

Exactamente. Sólo lo objetivas, sólo hacés un objeto de eso. Todo anda en el aire y solo recogés las partículas elementales de tu creación, si lo querés ver un poco metafísico. Y tenés que aceptar también tus procesos, porque también a la larga, no son iguales que los demás. Yo me considero una persona retrógrada, sumamente lenta para leer, para conceptualizar y para crear; me considero súper lento. Yo admiro, por ejemplo, jóvenes que hacen y han entendido el fenómeno del Popno de Andy Wharol, si no que te estoy hablando del Cómics. Y ahora con Netflix, por ejemplo, que vemos vergo[iii] de Anime hijodeputa. A veces, me termina gustando sus tramas negras, sus tramas sucias; temas tan normales pero que la gente todavía no lo quiere ver, pero que te lo pongan en un muñeco para contarlo en adulto, no es fácil: homosexualidad, satanismo… El hombre occidental, el hombre oriental, tienen las mismas vicisitudes, las mimas reminiscencias. Y somos seres humanos, como todos. Claro, tenemos algunas concepciones políticas, culturales y religiosas que nos dividen, porque no somos iguales, nos dividen; pero si establecemos como un punto como un común, y el punto en común es creación, el punto en común es color… son las formas, encerradas, qué sé yo, por ahí vas, ya vas metiendo como lo que vos querés para darle forma a tu Golem, a tu monstruo.

E: Pero hablabas de darle una presencia, podríamos decir, filosóficamente, sería como ontólógica…

O: Sí, claro, claro, la formación misma… o sea, el ser artístico, si lo queremos ver así. Podés entrar en categorías filosóficas en ese sentido. Podés hacer valoraciones a priori, a posteriori. Te podés llenar de toda la información que vos querás y el puto cuadro no existe, solo te hace falta formar el muñeco.

E: Qué pasa con “el ojo interior”: ¿pinta  el ojo interior?

O: Yo te puedo decir algo, y acabas de tocar algo… Yo conozco el contexto porque tengo ojos de la luz exterior, pero me interesa el color… Baudelaire tocó un tema bien importante: la artificialidad en el arte. Por ejemplo, yo te puedo hacer anaranjado totalmente, muy expresionista, muy fauvista, pero es mi color interior. Y yo conozco perfectamente que el naranja es base para hacer el color piel, y si le meto blanco, te hago un Cómics, y si le meto otros colores, te hago ya la piel natural; porque te hago la piel natural, porque el color natural, sabes qué lleva: rojo, naranja, blanco; para contaminarlo le meten rojo, hacen un rosado: le metés tres tipos de café y le metés más blanco. Nunca le metés negro. Nunca.

E: ¿Cómo se fraguan tus ideas directrices, tus ideas germinales en tu estética?

Haceme la pregunta más pedrada… más directa.

E: ¿Oyes formas, colores o conceptos?

Claro. No me puedo considerar una persona estática. De hecho, mi proceso creacionista parte de la música y de la poesía. Y estas hablando… hay sonidos y formas, no estructurales, fisiológicas, pero sí abstractas. Y por eso yo partí, exactamente del abstracto. Eso me dio la oportunidad de no encasillarme en un concepto fisiológico-mundano-estático.

E: No te interesa el mundo. Te interesa tu mundo

Me interesa el mundo como una manifestación de… Una manifestación no es lo mismo que una representación. Un árbol no es tal cual te lo enseñaron.

E: Un árbol no es el de Van Gogh, como se dice.

Ahora te voy a decir algo. Una amiga me dijo una vez: “sabes que a mi hija la reprobaron porque pinto un caballo rosado?” Entonces, la señorita maestra le dijo: “el caballo no es rosado,  es café”. Y yo le dije a mi chera[iv]: “tu hija está filosofando en la concepción artística; porque yo preguntaría, yo voy más allá: quién le puso rosado al rosado. Todos entendemos cómo se hacen los colores por un proceso prismático… Pero te voy a decir: quién le puso verde al verde. Y lo ratificamos. Y así, en otro idioma. Todo llega al mismo concepto. Pero vamos más allá: si un caballo no es rosado, por qué no es rosado en el arte: por qué vos me lo decís. Yo no estoy representando a un caballo, estoy manifestando el constructo que vos entendés como caballo. Y yo te lo voy a mostrar según mi mundo.

E: Si el mundo no te ofrece no te ofrece “un caballo rosado”, entonces, para qué estás creando.

Aquí vamos otra vez a Marc Chagall, al punto de que el tipo ponía gente flotando, que para muchos puede ser ridículo, incluso para mí. Pero en su apreciación y en valoración, el tipo construyó su interioridad y te la mostró y la hizo palpable, como esta botella, como la mesa… Y en esa medida es un creador porque no siguió los estatutos fundamentales de la puta Academia que llegó a Francia y le podía decir que hiciera esa gente flotante era una mierda, porque no tenía una perspectiva ideal. Pero decime: qué es la perspectiva. La valoración implícita del acercamiento o del alejamiento de tus objetos en proporción a las distancias... qué limitados estaríamos si eso es la perspectiva. La perspectiva, filosóficamente, es tu visión de vida, tu visión del constructo social, arquetípico, armónico.



[i] Un problema, una dificultad.
[ii] Me encanta, me apasiona.
[iii] Mucho, una gran cantidad.
[iv] Amiga, conocida.
 

domingo, 16 de enero de 2022

...Sobre la guerra y los Acuerdos de Paz

                                       La guerra: a 30 años de los Acuerdos de Paz

 

La guerra no solamente se sitúa como la más grande
entre las pruebas que vive la moral. La convierte en irrisoria.
El arte de prever y de ganar por todos los medios la guerra  la política
se impone, en virtud de ello, como el ejercicio mismo de la razón
“La política se opone a la moral, como la filosofía
a la ingenuidad
Emmanuel Levinas.
 

 

A  30 años de la firma de los Acuerdos de Paz  que puso fin a la guerra que padecimos de manera cruel durante doce años (y que sufrieron o aún sufren, a su modo, los que nacieron después), dicho suceso se convierte objeto de reflexión  algo que es necesario hacer cierto tiempo, ya fuere desde el testimonio personal o desde un punto de vista colectivo. Lo macabro del conflicto bélico fue el luto histórico que heredó la sociedad salvadoreña debido a la muerte de más de setenta mil compatriotas.

     Quienes vivimos la guerra como niños no pudimos entender la gravedad de un suceso tan atroz, que nos marcaría y mutilaría parte de nuestras vidas. Recuerdo que cuando era pequeño, me dormía en los “enfrentamientos” entre el ejército y la guerrilla: tenía el sueño pesado y ni rugir ni el estruendo de las balas podían evitarlo. Lo curioso además era que uno no entendía por qué luchaban (pues aparte del poco razonamiento, por la edad, en mi pueblo no teníamos acceso a información imparcial sobre los hechos mismos); pero sí recuerdo que nos daban a entender que  “los malos eran los de la guerrilla”, dado que la conciencia colectiva era inducida por quienes detentaban el poder; además, ni siquiera en la escuela había una atisbo de clarificación sobre tal suceso, con el agravante de que no existía, por ejemplo, la clase de Historia.

     Recuerdo que al emigrar a San Salvador, al apasionarme con la lectura y comprender ciertas cosas, el panorama cambió: alcanzaba a entender sobre las causas que la originaron, y, al sentir la rebeldía aún de la juventud, hasta llegué a desear de nuevo un conflicto para participar de algún modo. Esto cambió claro al ver los acomodos de ciertos acontecimientos, en razón, de la volubilidad de ciertas personalidades que participaron en la guerra, debido a las conversiones cívicas de algunos de sus protagonistas. Y luego, aparte de eso y de defraudarme como ciudadano, y posteriormente al tener una familia, me dije que ya no participaría si ocurría un conflicto de tal magnitud, al menos, no de manera bélica directamente.

     Como sociedad, la guerra nos descalabró hasta llevarnos a la ceguera y la locura. Y tiendo a pesar que, en gran medida, nuestra sociedad sigue desquiciada  entre otras causas, a consecuencia de este suceso macabro que terminó con muchas familias salvadoreñas,  y las hundió en un luto y una deuda “impagable” e histórica, por la pérdida del gran número de víctimas. Y que, por otra parte, además de esas deudas, las heridas en nuestra conciencia aún no han cicatrizado del todo, si es que de eso se trata, por no hablar de la justicia tan esquiva. Y hay algo también grave: lastimosamente, como dice El asco de Castellanos Moya, los salvadoreños tenemos la memoria efímera del moscardón.

 

De pequeño, pude presenciar cadáveres destrozados de guerrilleros que se habían parado, por ejemplo, en alguna mina o habían muerto en intercambio de directo de disparos. Tiempo después, el zumbido de las balas y de los aviones descargando sus bombas y municiones sobre la zona de ataque se volvieron cosas terribles, por lo que como ciudadanos civiles sentíamos también la inminencia de la muerte sobre nuestras cabezas.

     A este día, me parece que las víctimas, es decir, las pérdidas irreparables de tantas vidas, de tantos hermanos salvadoreños (y aun de extranjeros: periodistas, monjas, sacerdotes), es lo más lamentable en términos de degradación humana. La guerra significa matarse, simple: aniquilar al “otro”. Y si bien es cierto que esto es irrecuperable, es irresponsable también decir que la guerra fue un fracaso. Algo ganamos, sí, aunque el costo humano sigue siendo imponderable.

     En estos tiempos, las generaciones más jóvenes y apáticas (perezosas, muchas veces, a causa del alto desarrollo tecnológico, que nos ayuda, pero que también aniquila lo humano) parecieran no tener el menor asomo o noción de lo que pasó y tampoco se interesan por conocer, dado que viven en un ambiente de la facilidad de todo,  en la perenne fluidez de las cosas en la vida postmoderna, pero también en una esfera densa de futilidad.

     Somos una sociedad lastrada en su devenir histórico. Al nacer, respiramos un aire “envenenado”, de violencia al nacer, y pareciera también que la violencia pasa a ser parte de nuestra idiosincrasia, más allá de los aspectos específicamente humanos del comportamiento. Somos violentos hereditariamente, en parte para mí, como digo  además de otros fenómenos, gracias a la guerra.

     Por otra parte, a esta altura de los tiempos, ¿quién posee la verdad?; ¿quién nos construye y digiere la verdad? Vale preguntarse, creo. Vale resignificar los hechos. Vale, más que lo ideológico y las herramientas del poder, lo humano, la vida, la conciencia. Pero cómo haremos. Con qué instrumentos nos fortalecemos como ciudadanos críticos, que podamos liberarnos de cierta ideología engañosa. Necesitamos la ayuda de los más lúcidos, de los humanistas, de la gente que sabe de historia, de pensadores que puedan descorrer los velos perversos que nos ocultan lo verdadero, lo que vale; necesitamos de gente informada y culta; necesitamos del gen rebelde de la juventud para reconstruir nuestros ideales, para soñarnos otros. Necesitamos encarrilarnos en el progreso, sí, o hacia él (la tecnología y la ciencia son útiles, pero no son todo). Necesitamos educación, arte, cultura. Fortalecer nuestra identidad tan erosiva. Necesitamos un proyecto de visión, una suerte de reingeniería social, de reinvención de la espiritualidad humana.

     En mi criterio, para fraguar un cambio idiosincrásico y social en profundidad, necesitamos el trabajo de una generación. Necesitamos el trabajo de medio siglo.

    

domingo, 4 de abril de 2021

Comentario a un poema de René Char

 


Para reanudar[i]: un poema de René Char

 

                                       René Char


Para reanudar  

De repente nos hemos acercado demasiado a

alguna cosa de la que se nos mantenía a una

distancia misteriosamente favorable y medida.

A partir de ese instante, llega el roimiento. Nuestro

rompecabezas ha desaparecido.


Es insoportable sentirse parte solidaria e impotente

de una belleza que está muriendo por culpa de otro.

Solidario en el pecho e impotente en el movimiento del espíritu.

 

Si lo que te muestro y lo que te doy te parecen

menores que lo que te oculto, mi peso es pobre,

mi espigueo sin virtud.

 

Tú eres depósito de verdad sobre mi rostro

demasiado ofrecido, poema. Mi esplendor y

mi sufrimiento se han deslizado entre los dedos.

 

Arrojar al suelo la existencia feamente acumulada y

reencontrar la mirada que la amó lo bastante en los comienzos

para exhibir sus cimientos. Lo que me queda por vivir

está en ese salto, en ese estremecimiento.




En el poema la vida abre por primera vez los ojos y comienza su bregar. Quizá todo parte de un recogimiento que el poeta siente en su espíritu – con pulsiones orgánicas – y desde allí el poema comienza a anunciarse. Luz y tiempo de contrastes hay en la poesía. Síntesis de la vida. Percibo esto cuando releo y paladeo en mi cerebro, digamos, cierto desmoronamiento de imágenes que caen en mi interior, desde donde iluminan otro mundo al que le dan presencia.

    Releo ahora parte de la poesía de René Char que el sintetiza con el título Común presencia, como para aludir, intuyo, a su poesía honda, metafísica, de percepción de seres y pequeños mundos alternos. Qué hay de común presencia entre el yo humano y el de las cosas, esas que no se ven y que aún no muestran su cara, pero que sentimos en un devenir extraño -atávico, tal vez- para tomar carnalidad a través del lenguaje que se deja poseer. Sin embargo creo que la poesía no termina en un reduccionismo lingüístico per se, ya lo he dicho.

     Como lector me planto ante el poema con la humanidad desnuda, dispuesto de mi olvido momentáneo de todo lo que sé o creo saber. Y él me toca y a través de sus irradiaciones sensitivas comienza a restituirme. Esto me pasa con los poemas de los grandes poetas que releo y en donde algo de mi vida también se queda. Sólo en el poema el tiempo permanece y la voz que en habla en él nunca pasará.

     En el poema Para reanudar , creo que Char se siente como si la vida quisiera avanzar, pero demorarse a la vez para mostrar mayor misterio y sentido. Como si, la sintaxis, más que lenguaje (un recurso utilitario, nada más), jugase un poco a ser pulsión y música entre elementos. Y es como si el poeta tomase, a su vez, al poema como lo otro, en doble sentido: como una entidad y como ser de interlocución.

     El poema, me parece, inicia con una referencia a su fuerza epifánica: «De repente nos hemos acercado demasiado a alguna cosa de la que se nos mantenía a un distancia misteriosamente favorable y medida.» Y luego el poeta declara que algo se ha roído, pero en ese acto su “roimiento” sabe a construcción, a descubrimiento. Y la vida en el poema comienza: «Nuestro rompecabezas ha desaparecido». El poema avanza, pero la vida comienza a demorarse (el mundo a desmoronarse), en una suerte de “tira-y-encoge rítmico” en que a la vez que algo se pausa, se proyecta. Devela. Hasta aquí las horas han sido oscuras.

    En la segunda estrofa el poeta declara «sentirse parte solidaria e impotente de una belleza que está muriendo por culpa de otro». Pero quién es ese otro. Queda en el misterio ese espacio de incertidumbre que, sin embargo, es multívoco, pues de su mundo se abren otros sentidos. Como si el poema, recién nacido, a la vez que es aludido junto a algo que se derruye, también abre las manos en busca de vida. Y el poeta siente en su espíritu esa luz que con una fuerza comienza a abrirse espacio. El ser poético ofrece un mundo. Pero el poeta, a pesar de sentirse “parte impotente”, se siente cómplice (aunque con dolor, a veces) de ese nacimiento, pues también, dice sentirse «solidario en el pecho e impotente en el movimiento del espíritu». Tal es la fuerza por dar con ese enardecimiento vital de lo que habrá de reanudarse. Y la fuerza de ese algo que crece y que se pausa, avanza en la búsqueda de sí mismo en la poesía.

     Me parece que a la vez que Ars poetica, “Para reanudar -como el poema Común presencia que da título a la antología, y otros de su clase- ofrece, si es válido decir, una duda meditativa, pero también fructífera a través de un yo poético autocrítico, que se propone superar la carga intencional del poema más allá del lenguaje: «Si lo que te muestro y lo que te doy te parecen menores que lo que te oculto, mi peso es pobre, mi espigueo sin virtud». De ahí pues que, como ya se ha dicho, o se ha referido de muchas maneras, la poesía en su decir también oculta belleza, es verdad no dicha: tiene una carga de silencio lírico. 

     De esas lapas derruidas del mundo prosaico surge la fuerza vívida de otro. Y la vida, con ese sustrato que parece haber acumulado (que no sabemos bien cómo), comienza a tomar forma de un modo original en la intuición poética. Pero sus afluentes en ese develamiento no parecen tan claras, pues René Char –poeta hermético–, es consciente del ciframiento estético de la verdad lírica, de su fuerza mistérica, se podría decir. Y el poeta le habla – ya esta posible alteridad a través del diálogo es poética en sí misma, a pesar de que el otro “no dice nada”– al ser de su poema: «Tú eres depósito de verdad sobre mi rostro demasiado ofrecido, poema. Mi esplendor y mi sufrimiento se han deslizado entre los dedos».

     Y el poeta sigue la busca de belleza a través de esa fragua que no parece tener fin mientras la pulsión lírica se alíe con su sensibilidad poética. El poeta seguirá esperando, reflexionando; seguirá resistiendo los bofetones de la palmaria realidad que lo sacude, o que le ofrece motivos para destruirla, rehacerla. Aquí pareciera que el poeta fuera una suerte de receptor hipersensible que se auxilia - sólo es eso- del lenguaje en un ritual en el que las cosas se acumulan, tienen un ritmo, una respiración y una voz, y todos ello junto declara una verdad. «Arrojar al suelo la existencia feamente acumulada y reencontrar la mirada que la amó lo bastante en los comienzos para exhibir sus cimientos». Como si la poesía tomase energía de una fuerza que corre o ha corrido en un tiempo paralelo anterior al de la vida fáctica que conocemos. O que algo viene en fuga o migrando entre elementos que se derruyen, o que al menos una parte, digamos, de su corteza se cae, se abandona o dona algo de sí para otra vida. Esa que se acumula, se condensa, parece demorarse, pero que tiene también fuerza para un desarrollo ulterior. Y el poeta y los receptores y recursos de su poética están allí para vivificarla. Así pues, el poeta concluye su poema, pero la vida apenas comienza a caminar, y él se sube en ese riel metafísico mientras la poesía se lo conceda. «Lo que me queda por vivir está en ese salto, en ese estremecimiento».

 

 

 



[i] Tomado de Común presencia. René Char. (Traducción de Alicia Bleiberg) Pag. 321. Alianza Editorial, España, 2007.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Una reflexión sobre la voz, sobre nuestra voz...

 

La voz, la muerte y lo que queda

 

 

Siempre está ahí la muerte: parece exhalarnos su aliento, aunque no la vemos. Sin embargo no quiero llamarla si la nombro ni quiero ser mal augurio para «el otro». En qué perdura todo lo que se acaba. Me lo pregunto a menudo. Pero cómo puede continuar aquello de lo que no tenemos certeza. En algún momento hay cosas que sólo se intuyen porque sí o le vienen a uno de alguna parte creía presentir algo que se me anunciaba, algo que había pensado muchas veces, que me invadía la cabeza, acerca de que me era inconcebible que pudiese terminar la vida. «No puede ser así», me decía. Así pues, hoy me pregunto qué nos queda de una voz cuando se va. Qué nos queda aún a nosotros que seguimos en el mundo. Por qué esperamos lo improbable cuando creemos que hay algo más allá de la finitud vital.

     A la vuelta de lo que nos parece una certeza, la vida (o la muerte) con un doblez o giro abrupto nos enseña algo que no comprendemos de inmediato. El dolor se ahonda en el alma y se agranda en oscura pesadumbre. Caemos. Y aquello más preciado que amamos nos abandona. Casi siempre sólo se ama lo ausente. Estar, seguir aquí, para los que quedamos, o para los que queden, hay una luz o una idea que nos estremece. Algo nos hiere y nos alumbra casi junto al dolor. Pero esto no se le aviene fácil a la conciencia. Y las flores del gesto hablan de resignación y esperanza, sin saber bien cómo hay que continuar en el mundo. Cómo hacerle frente a la conciencia misma cuyo apego a lo sentimental se vuelve fuerte para sentir arraigo y certezas en el corazón.

     Esa certidumbre no es providencia de las palabras. Lo sé. Los espejos más audaces de la poesía se vuelven mudos y se apagan ante ese inmenso agujero en el alma, aunque un cierto murmullo se resista, o por lo menos de esa manera pretendemos creerlo. El casi inaudible susurro de algo que creemos volar, que creemos que debe continuar, a pesar de que la muerte nos toque. De otros, tal vez, serán la luz y la voz que nos abandonen; de otros, el espejo atroz de la verdad: ese otro indefinible que no es unívoco para todas las conciencias. El contrasentido y matices de las cosas producen dolor y, a veces, un raro deslumbramiento que tarda en revelarse. Pero creemos que algo sigue con nosotros aunque su presencia nos evada.

    

A veces hasta la lucidez sin ningún asomo de mezquindad nos parece infame. Se podrá decir eso. Y ni entre resplandores de palabras ni intuiciones audaces nos encontramos. A menudo, contengo el gesto ante el luto y encuentro inútil las palabras que terminan amarrando mi lengua. He dicho alguna vez, inconscientemente y de modo lúdico, a algún amigo: «Decime una palabra que me salve de la muerte». Pero el poeta salvadoreño Alfonso Kijadurías ya lo había dicho: ninguna palabra lo salva a uno de la muerte. Pero, ¿de la muerte total o de una de nuestras muertes? A penas sabemos cuán mensurables son la vitalidad y la eternidad de la belleza cotidiana y su deleite. Y qué hay, por ejemplo, de aquel aliento que nace, vive, camina, se extingue de manera prematura. Los niños también mueren. Mi tozudo yo no alcanza a entenderlo. La fatalidad, el desquicio: los arraigos de la racionalidad se derrumban.

   Y ahora me figuro, en tiempos de dolor, el arte como un animal moribundo al borde del camino que intenta comunicarse con el género humano. Eso tal vez sea: el arte nos muestra, no de manera muy clara (a veces), un revés o posibilidad de vida no percibido por ningún otro medio. El arte se torna un medio de extensión hacia lo divino. Ah, pero qué es lo humano. Pero también está el Horror. Y ahí están, como muestra, la densa y silenciosa poesía Celan y toda la alta literatura del Holocausto como vociferación de lo innombrable. Imre Kertész refiere en Un instante de silencio en el paredón que, cuando se exhumó el cuerpo del poeta húngaro Miklós Radnóti (que fue asesinado junto a otros enfermos judíos), se encontró en un bolsillo de su abrigo, casi dos años después, un cuaderno con poemas que merecen ser considerados entre lo mejor de la literatura mundial. Poemas escritos en el infierno y al borde de la muerte. La voz enterrada de esos poemas resurgió contra lo macabro, que también fue creado por el hombre.

     Pero, quizás, el reclamo más fuerte se lo hace el silencio en su decir al tiempo. Y a través de la poesía y el arte, lo indecible no se expresa todo, pero se sugiere, se intenta develar, y lucha desde la pulsión más auténtica.

    

He hablado de la voz que nos abandona, esa que ya no oiremos. La voz del rostro querido, de la familia, la del amigo. Y también de la voz que, de alguna manera, se resiste en un objeto construido, ya fuere en lo estético o en la esfera de lo práctico. De otros son nuestras semillas, decía también. Con un sustrato de irradiaciones, la palabra y el arte quieren prodigarnos algo de la voz que queda, algo de resistencia iluminadora para quienes están allí en sus parajes interiores, para defenderse contra los bofetones de la realidad. Estamos en lucha. Alguien ha dejado su voz y sus intuiciones en pugna contra el tiempo, contra lo ominoso, que, acaso,  aún está por venir. De otros será la luz del rostro caído, de otros será el respiro en la imagen, en el movimiento, en las formas, en los sonidos, o en la metáfora e intuición poética más inusitadas. De otros será la heredad de nuestra voz.

    Cargaremos con la sombra de la muerte: será recuerdo, será cierta vivificación de lo ausente: pero no será palpable lo que amamos. El vacío colma, tal vez, con angustia y da un poco de luz tiempo después: se siente uno abandonado de lo físico y acompañado por la voz del ser que ya no está con nosotros: su voz y lo que dejó o construyó siguen en la memoria.

 

En alguno de mis poemas he dicho que el universo es una voz. Pero qué es esa voz; de quién es nuestra voz: a qué se hermana nuestra voz. Y por qué cuando uno escribe en general, cuando alguien crea, siempre hay ideas de ciertas voces que se nos imponen y que luego se truecan en visiones, formas, ritmos, que contienen una fuerza viva. De qué voz emanan esas voces. Qué presencia nos elude y no se muestra pero nos da señales e intuiciones de hermanamiento.

     Hay mares que son espejos de sangre, aunque no los vemos, y por eso hablan, y por eso en su torrente invisible la vida respira, pulsa, se revela y le hace su afrenta a la muerte: intenta su acabamiento.

     A pesar de ir a su encuentro nuestra vida más auténtica es una carrera contra la muerte. Como en sí mismo también lo es el arte. Vida y arte: epítome. Pero no hablo sólo del poeta o del artista en general: hablo también del yo de toda persona. Hablo de esa conexión de la fisiología humana –espiritual- con la vida. Entonces, qué queda de nuestra voz. Qué  nos queda, pues, de una voz cuando se ha ido: qué de ese reflejo que crece en su ausencia.

     Nuestra actividad y paso por el mundo crea una sustancia en la conciencia de los otros. Lo sentimos, por ejemplo, a través del dolor por el ser querido que se va, que transcurre hacia lo desconocido, pero por mucho tiempo su vacío sigue deviniendo. Y lo que se va también duele y, acaso, crea luz  y nos revela sentidos de cosas que fluyen a veces en una corriente que no vemos, hasta que se ha marchado.

     Creo que el fruto de nuestras manos también es luz sobre el mundo, y a su vez lo que producimos se dirige hacia el mundo y los otros. Creamos un imago, levantamos sobre el reino de lo inerte lo que palpita, aunque algunas veces también con nuestras acciones arbitrarias creamos daño a las demás conciencias.

     Pero lo que producimos o lo creado en vida también tiene una resonancia, tal vez por nuestro deseo de perpetuidad, de trascender la vida, y nuestra verdadera heredad, lo que logramos ser en nuestro devenir, sólo florece si es para los otros. Vamos hacia el otro que nos recibe y fluimos hacia su conciencia, vamos creciendo, fraguando un poco sus pensamientos y sus percepciones de mundo. Esto somos, a lo mejor: ríos hacia los otros. Voz de algo que fluye.

 

La poesía tiene voz. Nuestras manos. Nuestra sombra. Tras lo que quede de nosotros qué será: ¿tendrá una voz para el tiempo, será una sustancia para los otros? Será que lograremos volcarnos del ser hacia el mundo, de lo que maduremos en esencia más allá del dolor y la mezquindad que nos infligimos, más allá de las acechanzas del materialismo obsceno que carcome la espiritualidad humana. De quienes nos sucedan también será la riqueza de nuestro vacío.

     Hoy nuestras manos modelan, crean, erigen; nuestra sangre busca su mejor tono, se eleva, le hace cortejo al aire que se desliza. Y sin embargo por dentro estamos bañados de sombras, estamos habitados por monstruos que, a ratos, nos sojuzgan. Pero estamos en pugna. Como el ser poético en la búsqueda de sí mismo. Seremos, acaso, la voz que le hará resistencia a la muerte.

 

sábado, 22 de agosto de 2020

Sarcófago...

 

Sarcófago



Lo comparto, sobre todo, para quienes no lo conocen. «Sarcófago de viento» es mi primer libro y el único publicado a la fecha. Naturalmente, ahora, hay cosas que no me gustan, pero de ahí vengo. Y bueno mi fragua y cocina creativa son lentas, aunque tengo ciertas prolongaciones de alientos fructíferos. Y mucha reflexión. Tengo un par de cosas por ahí “terminadas”. Pero, en general, soy un hombre que vive como a destiempo, lo que me pone en problemas, más que todo conmigo mismo.

Agradezco a la persona (no muy grata para muchos) que en un inicio me prometió publicarlo, y que no tenía criterio propio, no lo hiciera: ahora entiendo mejor algunas cosas haciendo el rol de editor. Y lo seguí corrigiendo. Pero esa nota ya no importa.

Agradezco todavía a mi editor, el poeta Osvaldo Hernández (Laberinto Editorial), el apoyo y la camaradería. La portada fue un trabajo de su hijo, de 14 años en ese momento, Diego Hernández Molina (Diego Hermolina, en el Facebook), tomando como base una obra de la pintora Aída Bañuelos para hacer la composición de cubierta. Dieguito era un niño; bueno, con el agregado de que el libro ya tenía algo que ver con los niños y sus visiones oníricas, con palomas, con pájaros extraños. (No sé qué tan significativo puede volverse un sueño que se le impone a un niño.) Tiene que ver con los poetas dilectos que leía y con cosas que ahora no entiendo del todo; aunque siempre me he identificado con los poetas herméticos. Creo que uno va encontrando, como al azar, su filiación poética o ésta lo va descubriendo a uno, quizás por una especie de debilidad espiritual. El punto es que ya estoy lejos de esa poética y, en todo caso, esos poemas tardíos ya no son míos.

Pero ahora también quiero recordar algo de Américo Ferrari, crítico y poeta peruano, traductor, entre otros, del admirado César Moro, de Novalis, (y de Trakl, otro poeta fundamental y querido), quien me envió unas palabras, tal vez, más por deferencia, pues intercambiábamos inquietudes por correo electrónico inquietudes  las mías, deslumbradas; las de él, enjundiosas y agudas  acerca de la poesía maravillosa en verdad de Moro. Y hoy le encuentro sentido a eso que me escribió y que aparece a modo de epígrafe, porque se ha vuelto una idea importante en mis reflexiones y en mi quehacer creativo: «Estoy muy contento de verlo siempre en lo que podríamos llamar la pugna de la poesía». De esta manera he seguido reflexionando, dudando, trabajando y, más que todo, esperando el momento de la revelación lírica, con el tortuoso trabajo de corrección que comporta.

No sé por qué de repente, me vinieron ganas de hablar de Sarcófago de viento, aunque hoy lo miro con recelo. Pero no voy a explicarme, digo. Hay un par de poemas que se han publicado en antologías, y, sobre todo, ese poema a mí hijo Xabier que ha gustado mucho, creo, que escribí con cierto impulso febril desde sus ideas germinales.

Ahora, quiero retomar con agradecimiento parte de unas palabras amables y bien intencionadas del poeta colombiano Jaïr Trujillo, que hizo un comentario breve pero muy significativo para mí:

«No sé de qué pájaros me habla este libro pero los veo volar. No distingo a ese niño que sale y entra de los poemas de Edenilson pero oigo la risa y sus anhelos en medio del sueño. El hombre que ha subido de edad por la escalera ha venido a encontrarse conmigo, este libro ha viajado en la brisa del Caribe, lo han traído los pájaros raros que engullen su alimento en el aire… cuántos peces en el vientre de estos animales para producir poesía.»

 

jueves, 20 de agosto de 2020

EL DOLOR Y LA PESTE

                                                                                  A David Hernández Castillo

Hoy simplemente me duele el mundo y, sobre todo, mi país; me duelen como persona: esto ya no se trata de la sensibilidad poética. A veces, logro distraer la mente, pero ella me recuerda que hay algo incomprensible en todo lo que pasa. Disculpen, amigos, que parezca ser, en ocasiones, tan triste. Algo te marca desde el nacimiento y luego el mundo te hiere, de paso, te pone un sello que no te esperabas.
Hoy querría retener, sin embargo, algún puñado de alegría para ofrecérsela a la gente. Siento dolor por mi país, pero también por el cinismo, la ignominia, la mezquindad de las marionetas, que son gobernadas por algún lastre o tara que difícilmente podría llamarse humano del todo.
Vivimos al acecho de máscaras: vivimos amenazados. La desgracia nos cae en este tiempo de manera ineludible. La fatalidad sobrepasa en fuerza al raciocinio. No debemos mencionar a la muerte, no queremos que nos gobierne, hablábamos anoche con un amigo, pero ella está allí asediando nuestras pequeñas certezas de alegría.
Busco luz en las palabras pero lo que siento es una gran ceguera en el alma. Y querría, como ya he dicho, trocar algo de mis intuiciones por un poco de beneficio práctico. Y me siento miserable, viviendo en el mundo que busca darle forma a lo
imposible en la palabra, que yo creo verdadero.
El arraigo y el amor de la familia son insustituibles, más allá de tanta teoría seductora para el hambre sin fin del individuo en esta sociedad tan ilustre y avanzada. La peste nos lo demuestra. Nos tiene consternados. Por ella, valoramos, la eternidad efímera -pero sólo en duración de tiempo medible, mas no en intensidad significativa- el gesto amable y luminoso de nuestros seres queridos, de nuestros amigos. La dicha viene y se nos va y sólo nos queda su eco en la memoria.
Quisiera dejar de ser yo a veces, quiero combatirme, recriminarme las fallas: los egos de la subjetividad actual me inflaman también. Pero el mundo se derrumba. La fe parece algo inasible. La fatalidad aniquila todo con su peso.
Y sin embargo no hay nada que me consterne más en estos días que saber que mientras unas personas -la gente de salud y los altruistas, por ejemplo- están tratando de hacer posible la vida, otras (hablo expresamente de mi país) están abyectamente cegándole la vida al Otro: unos de manera innombrable y directa a través del mismo asesinato y otros a través de un razonamiento torpe que tiene influencia en la organización política para velar por la vida de la ciudadanía.
Y quiero evadirme de mí y de esta parcelita tan pequeña que sobreabunda en mezquindades.
Pero también considero que necesitamos descorrer los velos de todas las fuerzas asechantes y de todos los rostros ominosos que no permiten que la vida crezca y se perpetúe. Y, quizás -no sé cómo-, eliminarlos también, por el bien común.
Maldita peste.

sábado, 6 de junio de 2020

Una reflexión del quehacer poético y la crisis mundial

La poesía y la crisis

 

Como en gran parte de mis poemas, creo que, a veces, la belleza, como la vida, se vuelve inalcanzable. Se nos  escapa, aunque a veces parecemos retener por breve tiempo algo de fuego entre las manos. Pero luego se evade. Ya se ha dicho muchas veces lo que dijo el poeta Rimbaud: «La verdadera vida está ausente». «Pero estamos en el mundo», le replicó tiempo después el filósofo Emmanuel Levinas.

     Creo que las capas de la realidad más ruidosa y su aspecto enmarañado y distractor no nos dejan percibir –no me refiero sólo a ver– las cosas esenciales de la vida, su esplendor, movimientos, destellos, revelación, que se ocultan en contrastes o en reflejos aparentes, como a lo que suelo referirme también en mis reflexiones poéticas con “el mundo prosaico”. Y se dice también que, porque estamos heridos, por eso escribimos y creamos arte, y con ello resistimos: adversidades, acechanzas, y a veces hasta la muerte. Pero no quiero limitar esa creación de belleza sólo al quehacer artístico: el proceder humano mismo puede tornarse bello, estético, si la vida se asume con autenticidad, con gestos solidarios, con luz compartida, y en ocasiones todo eso está allí parpadeando ante nosotros, en el mundo, en la naturaleza, en el rostro de las personas y de los niños, y no lo vemos. O si lo vemos, a propósito lo destruimos con mezquindad, y casi siempre esto toca inevitablemente al Otro. Y todos pueden reflexionar en este momento mismo y buscar ejemplos de lo que digo.

     Toda crisis es prueba. Les decía a mis amigos recién que me siento inútil escribiendo palabras, escuchando su rumor, sus ecos, escribiendo poesía en esta crisis mundial, con todo y que la duda siempre me compaña. Porque este oficio no tiene visos de ser utilitario en alguna medida a primera vista. Admiré el amoroso esmero de un pintor que intentaba enseñar algo de su oficio como terapia y entretención en estos días y, luego de expresarle que sentía una especie de envidia noble, contrastando mi inutilidad con su trabajo (acordándome, a la vez, del verso del gran Hölderin: Para qué poetas en tiempos de penuria), él me dijo: «Ya encontrarás tu manera de contribuir, hermano».

     De modo, pues, que lo que hacemos –escribir, crear y el vivir mismo– siempre roza a los otros. Y ya he dicho que eso que amamos, hoy en consonancia con el poeta que he citado, casi siempre se ubica ausente, o, al menos, en la distancia, o parece evaporarse entre las manos. Debido a esto, hoy como nunca, amamos aquello que parece rehuirnos: el gesto de los amigos, la complicidad alegre, la calidez y el contacto humanos, la conexión y deleite con la naturaleza, la construcción conjunta de lo que nos da sentido, en suma. Y la familia – ¡ah, la familia!, ese núcleo de luz –: techo, cobijo, raíz, amor, identidad. Por ella también, y por el amor propio del corazón, como me dijo mi hija, hacemos aplomo con la vida, y decidimos seguir adelante.

     Esta idea de lucha tiene también un sentido vertebral en lo que escribo, aunque a veces me cuesta retomar su fuerza en mi vida práctica. Pero aquí no me refiero a lo beligerante ni a lo ideológico que termina volviéndose instrumental para canibalizarnos –si se me permite el término– entre países, razas y clases sociales. Aunque, claro, el poder (económico, político) suele camuflar su hambre voraz. Y eso es así aquí y en cualquier parte en este mundo neoliberal, extremadamente interconectado y documentado al instante. Pero seguimos degradándonos entre nosotros y en nuestra relación con los recursos de la tierra.

     Aquí no estoy tomando partido ideológico, digo: estoy expresando mi dolor desde la pulsión de mis palabras, de las que escribo y de las que me permiten condolerme. Para ver mejor la vida, tal vez, sea beneficioso, primero, mirar adentro de nosotros, para luego comprender la luz y el deleite natural de la vida que se nos muestra. Somos lo que hacemos (eso que se nutre de la cultura asimilada, de la construcción personal y social del ‘yo’), pero somos, además, las irradiaciones de lo que nos habla dentro. Hay que estar atentos. El mundo externo también nos forma y determina –en caso extremo, nos desnaturaliza–, pero también nuestra espiritualidad que, en su plenitud más esencial no es religiosa, sino humana.

     Deseo bienestar para mi país, El Salvador, y para el mundo. Yo y mi palabra estamos en pugna, al lado de la vida.


Conversatorio entre Oscar López y Edenilson Rivera

    “A veces, me duele ser yo”   Me confesó el pintor Oscar López que comenzó a crear a partir de sentir un fracasado. Esta no es, dig...