domingo, 4 de abril de 2021

Comentario a un poema de René Char

 


Para reanudar[i]: un poema de René Char

 

                                       René Char


Para reanudar  

De repente nos hemos acercado demasiado a

alguna cosa de la que se nos mantenía a una

distancia misteriosamente favorable y medida.

A partir de ese instante, llega el roimiento. Nuestro

rompecabezas ha desaparecido.


Es insoportable sentirse parte solidaria e impotente

de una belleza que está muriendo por culpa de otro.

Solidario en el pecho e impotente en el movimiento del espíritu.

 

Si lo que te muestro y lo que te doy te parecen

menores que lo que te oculto, mi peso es pobre,

mi espigueo sin virtud.

 

Tú eres depósito de verdad sobre mi rostro

demasiado ofrecido, poema. Mi esplendor y

mi sufrimiento se han deslizado entre los dedos.

 

Arrojar al suelo la existencia feamente acumulada y

reencontrar la mirada que la amó lo bastante en los comienzos

para exhibir sus cimientos. Lo que me queda por vivir

está en ese salto, en ese estremecimiento.




En el poema la vida abre por primera vez los ojos y comienza su bregar. Quizá todo parte de un recogimiento que el poeta siente en su espíritu – con pulsiones orgánicas – y desde allí el poema comienza a anunciarse. Luz y tiempo de contrastes hay en la poesía. Síntesis de la vida. Percibo esto cuando releo y paladeo en mi cerebro, digamos, cierto desmoronamiento de imágenes que caen en mi interior, desde donde iluminan otro mundo al que le dan presencia.

    Releo ahora parte de la poesía de René Char que el sintetiza con el título Común presencia, como para aludir, intuyo, a su poesía honda, metafísica, de percepción de seres y pequeños mundos alternos. Qué hay de común presencia entre el yo humano y el de las cosas, esas que no se ven y que aún no muestran su cara, pero que sentimos en un devenir extraño -atávico, tal vez- para tomar carnalidad a través del lenguaje que se deja poseer. Sin embargo creo que la poesía no termina en un reduccionismo lingüístico per se, ya lo he dicho.

     Como lector me planto ante el poema con la humanidad desnuda, dispuesto de mi olvido momentáneo de todo lo que sé o creo saber. Y él me toca y a través de sus irradiaciones sensitivas comienza a restituirme. Esto me pasa con los poemas de los grandes poetas que releo y en donde algo de mi vida también se queda. Sólo en el poema el tiempo permanece y la voz que en habla en él nunca pasará.

     En el poema Para reanudar , creo que Char se siente como si la vida quisiera avanzar, pero demorarse a la vez para mostrar mayor misterio y sentido. Como si, la sintaxis, más que lenguaje (un recurso utilitario, nada más), jugase un poco a ser pulsión y música entre elementos. Y es como si el poeta tomase, a su vez, al poema como lo otro, en doble sentido: como una entidad y como ser de interlocución.

     El poema, me parece, inicia con una referencia a su fuerza epifánica: «De repente nos hemos acercado demasiado a alguna cosa de la que se nos mantenía a un distancia misteriosamente favorable y medida.» Y luego el poeta declara que algo se ha roído, pero en ese acto su “roimiento” sabe a construcción, a descubrimiento. Y la vida en el poema comienza: «Nuestro rompecabezas ha desaparecido». El poema avanza, pero la vida comienza a demorarse (el mundo a desmoronarse), en una suerte de “tira-y-encoge rítmico” en que a la vez que algo se pausa, se proyecta. Devela. Hasta aquí las horas han sido oscuras.

    En la segunda estrofa el poeta declara «sentirse parte solidaria e impotente de una belleza que está muriendo por culpa de otro». Pero quién es ese otro. Queda en el misterio ese espacio de incertidumbre que, sin embargo, es multívoco, pues de su mundo se abren otros sentidos. Como si el poema, recién nacido, a la vez que es aludido junto a algo que se derruye, también abre las manos en busca de vida. Y el poeta siente en su espíritu esa luz que con una fuerza comienza a abrirse espacio. El ser poético ofrece un mundo. Pero el poeta, a pesar de sentirse “parte impotente”, se siente cómplice (aunque con dolor, a veces) de ese nacimiento, pues también, dice sentirse «solidario en el pecho e impotente en el movimiento del espíritu». Tal es la fuerza por dar con ese enardecimiento vital de lo que habrá de reanudarse. Y la fuerza de ese algo que crece y que se pausa, avanza en la búsqueda de sí mismo en la poesía.

     Me parece que a la vez que Ars poetica, “Para reanudar -como el poema Común presencia que da título a la antología, y otros de su clase- ofrece, si es válido decir, una duda meditativa, pero también fructífera a través de un yo poético autocrítico, que se propone superar la carga intencional del poema más allá del lenguaje: «Si lo que te muestro y lo que te doy te parecen menores que lo que te oculto, mi peso es pobre, mi espigueo sin virtud». De ahí pues que, como ya se ha dicho, o se ha referido de muchas maneras, la poesía en su decir también oculta belleza, es verdad no dicha: tiene una carga de silencio lírico. 

     De esas lapas derruidas del mundo prosaico surge la fuerza vívida de otro. Y la vida, con ese sustrato que parece haber acumulado (que no sabemos bien cómo), comienza a tomar forma de un modo original en la intuición poética. Pero sus afluentes en ese develamiento no parecen tan claras, pues René Char –poeta hermético–, es consciente del ciframiento estético de la verdad lírica, de su fuerza mistérica, se podría decir. Y el poeta le habla – ya esta posible alteridad a través del diálogo es poética en sí misma, a pesar de que el otro “no dice nada”– al ser de su poema: «Tú eres depósito de verdad sobre mi rostro demasiado ofrecido, poema. Mi esplendor y mi sufrimiento se han deslizado entre los dedos».

     Y el poeta sigue la busca de belleza a través de esa fragua que no parece tener fin mientras la pulsión lírica se alíe con su sensibilidad poética. El poeta seguirá esperando, reflexionando; seguirá resistiendo los bofetones de la palmaria realidad que lo sacude, o que le ofrece motivos para destruirla, rehacerla. Aquí pareciera que el poeta fuera una suerte de receptor hipersensible que se auxilia - sólo es eso- del lenguaje en un ritual en el que las cosas se acumulan, tienen un ritmo, una respiración y una voz, y todos ello junto declara una verdad. «Arrojar al suelo la existencia feamente acumulada y reencontrar la mirada que la amó lo bastante en los comienzos para exhibir sus cimientos». Como si la poesía tomase energía de una fuerza que corre o ha corrido en un tiempo paralelo anterior al de la vida fáctica que conocemos. O que algo viene en fuga o migrando entre elementos que se derruyen, o que al menos una parte, digamos, de su corteza se cae, se abandona o dona algo de sí para otra vida. Esa que se acumula, se condensa, parece demorarse, pero que tiene también fuerza para un desarrollo ulterior. Y el poeta y los receptores y recursos de su poética están allí para vivificarla. Así pues, el poeta concluye su poema, pero la vida apenas comienza a caminar, y él se sube en ese riel metafísico mientras la poesía se lo conceda. «Lo que me queda por vivir está en ese salto, en ese estremecimiento».

 

 

 



[i] Tomado de Común presencia. René Char. (Traducción de Alicia Bleiberg) Pag. 321. Alianza Editorial, España, 2007.

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