miércoles, 4 de diciembre de 2013

LA POESÍA COMO TRÁNSITO

En sus primeros escritos los poetas suelen desbocarse con la cosecha de la primera emoción y comienzan a alentar su poesía con los destellos de su ego: más si, con poco tiempo, quieren ver sus poemas en formato de libro, con vida propia, y tratando de formar parte del universo y del gusto estético de los buenos lectores de poesía.
   Después de largo tiempo, aparece el libro Los pasillos imaginarios (Índole/Malayerba, El Salvador, 2013) de Carlos Clará, motivo de celebración para la poesía salvadoreña. Voy a referirme a este libro, intentando acercarme a ciertas claves para encontrar algunas interpretaciones de su Poética, puesto que una lectura no agota las significaciones —abiertas en sí mismas— de la poesía. Pero esto no pretende ser una crítica académica, sino una aproximación intuitiva al imaginario poético de este libro. Toda poética es única y sus hilos cruzan y mueven el universo de manera también distinta. Desentrañar los símbolos —a menudo ocultos o trastocados—, y tratar de aludir a cómo estos nombran la vida, no es tarea fácil. Suele suceder que la poesía nos rehúye una primera lectura.
   Por los pasillos imaginarios transita el ser poético, el tiempo, la dualidad, los deseos, la espiritualidad y el recogimiento íntimo y sentimental del poeta; pero enunciar estos no implica agotar la poesía con unos cuantos tópicos o ámbitos poéticos, puesto que la poesía no cesa con la referencia e intentos de análisis ni con las relaciones aparentes, por llamarle así, del lenguaje propiamente poético, y su verdadera lectura está abierta, digamos, de manera un tanto más oculta. Por esto mismo, no podemos gozar plenamente lo que nos revela la poesía, pues no se trata de buscar sus sentidos en un nivel superficial o anatómico: es preciso trascender al universo que está más allá del lenguaje y los artificios retóricos.
   El ordenamiento en secciones del poemario hace referencia al sentido, pero más al tono, aliento y modulación de la voz poética. En los pasillos imaginarios hay cinco series cuyo significado corresponde, creo, al tránsito del yo lírico y al tiempo poético del libro: 1. Canción del vértigo/ 2. Revelaciones del no retorno/ 3. Plegaria de los días/ 4. Los pasillos imaginarios/ 5. Poemas no invernales.
   Diseccionar el libro en los apartados de éste y referirse a lo que cada uno aborda, sería disminuir la riqueza simbólica del poemario; aunque la voz poética se va reafirmando en distintas presencias y estancias en el libro, hay poemas cuya fuerza lírica sostiene el universo de visiones que experimenta el yo poético en todo su tránsito.

Los pasillos y la Poética
   Carlos ¿dónde dejaste tu cadáver de niño?, se interpela la voz poética en uno de los primeros poemas (iniciación al crimen perfecto), y parece informarnos que ha habido un tránsito y que ha llegado a cierto punto, pero no sabemos si éste es igual de transitorio, si lo dice con crueldad o ternura, o de aquí partirá hacia otra presencia dentro del tiempo poético del libro. En este y en los primeros poemas parece que el poeta se presenta al mundo  y nos presenta su mundo, para luego conducirnos por esos pasillos llenos de tensión lírica en la que subyace una vida que parece sugerirnos deseo, lamentación, permanencia y ritualidad, y un no retorno que no sabemos si se cumple a través de todas sus revelaciones y es, contrariamente, una forma de afirmación del tiempo y la existencia. Hay una suerte de oposición en esta poesía: hay algo que descubre el poeta en su tránsito por esos pasillos y cuya nominación no se devela plenamente. Esta oscuridad es la que enriquece a la vez su poética, y a ésta debe acercarse el lector para descubrir, según su intuición y sensibilidad, todos sus posibles significados.
   El nombre de una mujer (Sara, el poema) también es una suerte de poética multívoca: miedo, deseo, ternura, madre, fatalidad, abandono, ubicuidad y muerte: Sara ojos que el tiempo duerme. Aquí se abren relaciones y tiempos como ámbitos despliega el poema: uno de los tantos códigos de la poesía de Clará. Creo que la imaginería de este libro está más unida a la vida del poeta que cualquier intento de clasificación retórica o ismo poético de reciente usanza. Intuyo que este libro será un hito en su poética, en razón de la identidad espiritual que representa para el universo del poeta. Este universo personal se bifurca en dos grandes voces —probablemente haya más, pero prefiero dos voces— que atraviesan y de las cuales derivan los demás ámbitos de este universo poético: el yo del poeta hombre (deseo, hastío, denuncia), y el yo lírico del ser poético (afirmación, dolor, permanencia), que, según mi criterio, es la voz más profunda y de la cual dimana la luz de esos pasillos por los que transitan las visiones poéticas y sus signos oscuros.
   En algunos momentos la voz poética se vuelve corpórea y entra en los rituales del hombre: hay un guiño de referencias donde el poeta se deja vivir; quizá también represente  la otra dimensión de esa dualidad tan inasible y difícil de precisar. A lo mejor aquí, la voz poética pierda un poco de tensión lírica, tan ambivalente y significativa, respecto de otros ámbitos poéticos, donde la presencia espiritual es más fuerte.
   Algunos versos no sólo forman parte del aliento poético, sino que son parte y afirmación de la existencia: ellos lloran/ mueren de sed como los hombres que sueñan sobre el pecho tibio de los enamorados en la carne brillante de los muertos (el día de los espejos). He aquí el deseo de permanencia del ser, a pesar del doloroso tránsito. Este camino de vértigo es  preparatorio para el arribo a una de las dimensiones más intensas, en términos líricos y existenciales, de los pasillos imaginarios: revelaciones del no retorno. Nueve revelaciones. No sé si haya alguna intención al definir que las revelaciones sean nueve: una gran carga simbólica puede tener este número.
   Una extraña ritualidad, entre corpórea y metafísica, nutre el yo poético que se duele, denuncia y fluctúa, pero no sabemos con certeza si busca cruzar la puerta del retorno; este oscilar en el vacío le permite erigir su voz: la verdad nos perseguirá con la misma furia como lo hace el tiempo (segunda revelación); tal fuerza y declaratoria son a la vez motivo de esperanza, a pesar de que lo humano vive, resiste y se está buscando, a través de la poética, entre el dolor y el desasosiego, para afirmarse y dejar su rastro. Pero estas revelaciones también hablan de goce y descubrimiento, además de referencias a cierto evangelio personal. Aquí hay un espacio y un tiempo que las nueve revelaciones no develan del todo: el yo del poeta se pierde, habla desde un ámbito en apariencia lejano y, a la vez, va enunciando el mundo —un mundo no imaginario y doloroso—, y cifrándolo en visiones que se prolongan y que construyen un nuevo sentido vital.
   En una de esas revelaciones en las que la vida no es la vida en un solo tiempo, la voz poética anuncia: causa y levadura de un pan amargo es la boca que tapas con maleza del paraíso (cuarta revelación); posiblemente, culpa; posiblemente, rito. El sentido se tiende en una dirección o los significados se abren en ambas o en muchas direcciones; es ésta la apertura singular de la poesía y su arrolladora fuerza: la vida puede estar ante el amor como puede estar ante la muerte.
   Entrando propiamente al umbral de los pasillos, hay una lectura del mundo que nos declara o nos anticipa la voz del poeta: los signos se repiten a lo largo del camino (dice el libro). En estos pasillos la muerte está presente, pero se le resiste obsesa la vida, y el dolor corre el tiempo y se ha convertido en una presencia importante: la palabra es un espejismo de las horas. Suele aparecer el tiempo como un tema recurrente en las poéticas de madurez; en ésta particularmente el tiempo está signado por el dolor que transciende su permanencia. La voz poética denuncia que los muertos están cansados, y reclaman: depredados por el alba se enamoran de las oraciones los muertos. Este dolor colectivo cruza de manera transversal los pasillos, si no, directamente, y el yo lírico lucha a través de una memoria conmovida que se resiste e increpa contra el olvido: en las arterias del grito/ en la tumba del perdón darán mis huesos con la nada.
   Los pasillos se prolongan en todo lo que el poeta siente, y por ellos transita y absorbe  el dolor para dar testimonio en una poética de signos personales que han sido traducidos en imágenes y sensaciones: oscuridad, desolación y maternidad en un tiempo fracturado. Una profunda impronta marcó ese cadáver de niño para quedarse a vivir en el espíritu del hombre. Estos pasillos son tan reales como metafísicos: hay un hijo, una pérdida, pero también una existencia que se debate, un ojo que se proyecta más allá del paso del tiempo, de cierto tiempo: cuáles son las posibilidades de ese tiempo: las del yo del poeta hombre o las de yo del ser poético. Creo que las significaciones se abren ambiguas para sacudir la sensibilidad y llegar con fuerza al espíritu. Y debo agregar aquí que existe, me parece, cierta fe que pone a prueba la fe, pero no la que se puede pensar literalmente: el Cristo de madera tardará una noche para reír. Cuánta noche dura esta noche: aunque oculto, aquí se abre el símbolo. Y así de representativa es esta Poética, como la alusión a los muertos que quieren calar hondo y hacer memoria. Hay una sacralidad oscura en la que el poeta descifra y vuelve a cifrar la vida, aunque ha retomado algunas referencias que el imaginario colectivo pueda tener como tradicionales, aquí han sido transmutadas en su poética: esto puede ser un pretexto para mostrarnos, a través de una especie de prisma lírico, todo lo que ha digerido en ese doloroso camino para develar nuevos sentidos, y es el agudo y sensible lector quien debe terminar de construirlos.
   En estos pasillos, a pesar de que el dolor, la madre, el hijo, pueden ser un siglo, pueden ser uno, puedan eludir el tiempo y vivir con el dolor (madre no mira madre  calla  sangra del costado un siglo/ uno  una luz), hay una existencia que resiste el tiempo, el doloroso paso del tiempo, pero también permanece contra todo abandono y nulidad. Pese a que enuncia que no ha encontrado la salida de ese largo y tortuoso camino, denso en símbolos y oscuridad, hay una oposición entrañable que es inherente al universo poético y que permite intuir una posibilidad: la voz poética percibe la visión de algo promisorio aunque perdido en la muerte. En ese mundo de desolación y muerte, que se opone en apariencia a la espiritualidad de la poesía, en esa dimensión en que la vida parece imposible, siempre ha permanecido o se ha quedado un hijo, quizá un cadáver de niño, esperando y pidiendo a su Madre que le encienda la luz.



Conversatorio entre Oscar López y Edenilson Rivera

    “A veces, me duele ser yo”   Me confesó el pintor Oscar López que comenzó a crear a partir de sentir un fracasado. Esta no es, dig...