jueves, 20 de agosto de 2020

EL DOLOR Y LA PESTE

                                                                                  A David Hernández Castillo

Hoy simplemente me duele el mundo y, sobre todo, mi país; me duelen como persona: esto ya no se trata de la sensibilidad poética. A veces, logro distraer la mente, pero ella me recuerda que hay algo incomprensible en todo lo que pasa. Disculpen, amigos, que parezca ser, en ocasiones, tan triste. Algo te marca desde el nacimiento y luego el mundo te hiere, de paso, te pone un sello que no te esperabas.
Hoy querría retener, sin embargo, algún puñado de alegría para ofrecérsela a la gente. Siento dolor por mi país, pero también por el cinismo, la ignominia, la mezquindad de las marionetas, que son gobernadas por algún lastre o tara que difícilmente podría llamarse humano del todo.
Vivimos al acecho de máscaras: vivimos amenazados. La desgracia nos cae en este tiempo de manera ineludible. La fatalidad sobrepasa en fuerza al raciocinio. No debemos mencionar a la muerte, no queremos que nos gobierne, hablábamos anoche con un amigo, pero ella está allí asediando nuestras pequeñas certezas de alegría.
Busco luz en las palabras pero lo que siento es una gran ceguera en el alma. Y querría, como ya he dicho, trocar algo de mis intuiciones por un poco de beneficio práctico. Y me siento miserable, viviendo en el mundo que busca darle forma a lo
imposible en la palabra, que yo creo verdadero.
El arraigo y el amor de la familia son insustituibles, más allá de tanta teoría seductora para el hambre sin fin del individuo en esta sociedad tan ilustre y avanzada. La peste nos lo demuestra. Nos tiene consternados. Por ella, valoramos, la eternidad efímera -pero sólo en duración de tiempo medible, mas no en intensidad significativa- el gesto amable y luminoso de nuestros seres queridos, de nuestros amigos. La dicha viene y se nos va y sólo nos queda su eco en la memoria.
Quisiera dejar de ser yo a veces, quiero combatirme, recriminarme las fallas: los egos de la subjetividad actual me inflaman también. Pero el mundo se derrumba. La fe parece algo inasible. La fatalidad aniquila todo con su peso.
Y sin embargo no hay nada que me consterne más en estos días que saber que mientras unas personas -la gente de salud y los altruistas, por ejemplo- están tratando de hacer posible la vida, otras (hablo expresamente de mi país) están abyectamente cegándole la vida al Otro: unos de manera innombrable y directa a través del mismo asesinato y otros a través de un razonamiento torpe que tiene influencia en la organización política para velar por la vida de la ciudadanía.
Y quiero evadirme de mí y de esta parcelita tan pequeña que sobreabunda en mezquindades.
Pero también considero que necesitamos descorrer los velos de todas las fuerzas asechantes y de todos los rostros ominosos que no permiten que la vida crezca y se perpetúe. Y, quizás -no sé cómo-, eliminarlos también, por el bien común.
Maldita peste.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Conversatorio entre Oscar López y Edenilson Rivera

    “A veces, me duele ser yo”   Me confesó el pintor Oscar López que comenzó a crear a partir de sentir un fracasado. Esta no es, dig...