Para reanudar[i]: un poema de René Char
René Char
Para reanudar
De repente nos hemos acercado demasiado a
alguna cosa de la que
se nos mantenía a una
distancia
misteriosamente favorable y medida.
A partir de ese
instante, llega el roimiento. Nuestro
rompecabezas ha desaparecido.
Es insoportable
sentirse parte solidaria e impotente
de una belleza que
está muriendo por culpa de otro.
Solidario en el pecho e impotente en el movimiento del espíritu.
Si lo que te muestro
y lo que te doy te parecen
menores que lo que te
oculto, mi peso es pobre,
mi espigueo sin
virtud.
Tú eres depósito de
verdad sobre mi rostro
demasiado ofrecido,
poema. Mi esplendor y
mi sufrimiento se han
deslizado entre los dedos.
Arrojar al suelo la
existencia feamente acumulada y
reencontrar la mirada
que la amó lo bastante en los comienzos
para exhibir sus
cimientos. Lo que me queda por vivir
está en ese salto, en
ese estremecimiento.
En el poema la vida abre por primera vez los ojos y comienza su bregar. Quizá todo parte de un recogimiento que el poeta siente en su espíritu – con pulsiones orgánicas – y desde allí el poema comienza a anunciarse. Luz y tiempo de contrastes hay en la poesía. Síntesis de la vida. Percibo esto cuando releo y paladeo en mi cerebro, digamos, cierto desmoronamiento de imágenes que caen en mi interior, desde donde iluminan otro mundo al que le dan presencia.
Releo ahora
parte de la poesía de René Char que el sintetiza con el título Común presencia, como para aludir, intuyo, a su poesía honda, metafísica,
de percepción de seres y pequeños mundos alternos. Qué hay de común presencia
entre el yo humano y el de las cosas, esas que no se ven y que aún no muestran
su cara, pero que sentimos en un devenir extraño -atávico, tal vez- para tomar
carnalidad a través del lenguaje que se deja poseer. Sin embargo creo que la
poesía no termina en un reduccionismo lingüístico per se, ya lo
he dicho.
Como lector me
planto ante el poema con la humanidad desnuda, dispuesto de mi olvido
momentáneo de todo lo que sé o creo saber. Y él me toca y a través de sus irradiaciones
sensitivas comienza a restituirme. Esto me pasa con los poemas de los grandes
poetas que releo y en donde algo de mi vida también se queda. Sólo en el poema
el tiempo permanece y la voz que en habla en él nunca pasará.
En el poema Para reanudar , creo que Char se siente
como si la vida quisiera avanzar, pero demorarse a la vez para mostrar mayor
misterio y sentido. Como si, la sintaxis, más que lenguaje (un recurso utilitario, nada más), jugase un poco a ser pulsión y música
entre elementos. Y es como si el poeta tomase, a su vez, al poema como lo
otro, en doble sentido: como una
entidad y como ser de interlocución.
El poema, me
parece, inicia con una referencia a su fuerza epifánica: «De repente nos hemos acercado demasiado a alguna cosa de la que se nos
mantenía a un distancia misteriosamente favorable y medida.» Y luego el
poeta declara que algo se ha roído, pero en ese acto su “roimiento” sabe a
construcción, a descubrimiento. Y la vida en el poema comienza: «Nuestro rompecabezas ha desaparecido».
El poema avanza, pero la vida comienza a demorarse (el mundo a desmoronarse),
en una suerte de “tira-y-encoge rítmico” en que a la vez que algo se pausa, se
proyecta. Devela. Hasta aquí las horas han sido oscuras.
En la segunda
estrofa el poeta declara «sentirse parte
solidaria e impotente de una belleza que está muriendo por culpa de otro». Pero
quién es ese otro. Queda en el misterio ese espacio de incertidumbre que, sin
embargo, es multívoco, pues de su mundo se abren otros sentidos. Como si el
poema, recién nacido, a la vez que es aludido junto a algo que se derruye,
también abre las manos en busca de vida. Y el poeta siente en su espíritu esa
luz que con una fuerza comienza a abrirse espacio. El ser poético ofrece un
mundo. Pero el poeta, a pesar de sentirse “parte impotente”, se siente cómplice
(aunque con dolor, a veces) de ese nacimiento, pues también, dice sentirse «solidario en el pecho e impotente en el
movimiento del espíritu». Tal es la fuerza por dar con ese enardecimiento
vital de lo que habrá de reanudarse. Y la fuerza de ese algo que crece y que se
pausa, avanza en la búsqueda de sí mismo en la poesía.
Me parece que
a la vez que Ars poetica, “Para
reanudar” -como el poema Común
presencia que da título a la antología, y otros de su clase- ofrece, si es
válido decir, una duda meditativa, pero también fructífera a través de un yo
poético autocrítico, que se propone superar la carga intencional del poema más
allá del lenguaje: «Si lo que te muestro
y lo que te doy te parecen menores que lo que te oculto, mi peso es pobre, mi
espigueo sin virtud». De ahí pues que, como ya se ha dicho, o se ha
referido de muchas maneras, la poesía en su decir también oculta belleza, es
verdad no dicha: tiene una carga de silencio lírico.
De esas lapas
derruidas del mundo prosaico surge la fuerza vívida de otro. Y la vida, con ese
sustrato que parece haber acumulado (que no sabemos bien cómo), comienza a tomar forma de un modo original en la
intuición poética. Pero sus afluentes en ese develamiento no parecen tan
claras, pues René Char –poeta hermético–, es consciente del ciframiento
estético de la verdad lírica, de su fuerza mistérica, se podría decir. Y el poeta
le habla – ya esta posible alteridad a través del diálogo es poética en sí
misma, a pesar de que el otro “no dice nada”– al ser de su poema: «Tú eres depósito de verdad sobre mi rostro
demasiado ofrecido, poema. Mi esplendor y mi sufrimiento se han deslizado entre
los dedos».
Y el poeta
sigue la busca de belleza a través de esa fragua que no parece tener fin
mientras la pulsión lírica se alíe con su sensibilidad poética. El poeta
seguirá esperando, reflexionando; seguirá resistiendo los bofetones de la palmaria
realidad que lo sacude, o que le ofrece motivos para destruirla, rehacerla.
Aquí pareciera que el poeta fuera una suerte de receptor hipersensible que se
auxilia - sólo es eso- del lenguaje en un ritual en el que las
cosas se acumulan, tienen un ritmo, una respiración y una voz, y todos ello
junto declara una verdad. «Arrojar al
suelo la existencia feamente acumulada y reencontrar la mirada que la amó lo
bastante en los comienzos para exhibir sus cimientos». Como si la poesía
tomase energía de una fuerza que corre o ha corrido en un tiempo paralelo
anterior al de la vida fáctica que conocemos. O que algo viene en fuga o
migrando entre elementos que se derruyen, o que al menos una parte, digamos, de
su corteza se cae, se abandona o dona algo de sí para otra vida. Esa que se
acumula, se condensa, parece demorarse, pero que tiene también fuerza para un
desarrollo ulterior. Y el poeta y los receptores y recursos de su poética están
allí para vivificarla. Así pues, el poeta concluye su poema, pero la vida
apenas comienza a caminar, y él se sube en ese riel metafísico mientras la
poesía se lo conceda. «Lo que me queda por vivir está en ese salto, en ese estremecimiento».
[i]
Tomado de Común presencia. René Char.
(Traducción de Alicia Bleiberg) Pag. 321. Alianza Editorial, España, 2007.
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