sábado, 22 de agosto de 2020

Sarcófago...

 

Sarcófago



Lo comparto, sobre todo, para quienes no lo conocen. «Sarcófago de viento» es mi primer libro y el único publicado a la fecha. Naturalmente, ahora, hay cosas que no me gustan, pero de ahí vengo. Y bueno mi fragua y cocina creativa son lentas, aunque tengo ciertas prolongaciones de alientos fructíferos. Y mucha reflexión. Tengo un par de cosas por ahí “terminadas”. Pero, en general, soy un hombre que vive como a destiempo, lo que me pone en problemas, más que todo conmigo mismo.

Agradezco a la persona (no muy grata para muchos) que en un inicio me prometió publicarlo, y que no tenía criterio propio, no lo hiciera: ahora entiendo mejor algunas cosas haciendo el rol de editor. Y lo seguí corrigiendo. Pero esa nota ya no importa.

Agradezco todavía a mi editor, el poeta Osvaldo Hernández (Laberinto Editorial), el apoyo y la camaradería. La portada fue un trabajo de su hijo, de 14 años en ese momento, Diego Hernández Molina (Diego Hermolina, en el Facebook), tomando como base una obra de la pintora Aída Bañuelos para hacer la composición de cubierta. Dieguito era un niño; bueno, con el agregado de que el libro ya tenía algo que ver con los niños y sus visiones oníricas, con palomas, con pájaros extraños. (No sé qué tan significativo puede volverse un sueño que se le impone a un niño.) Tiene que ver con los poetas dilectos que leía y con cosas que ahora no entiendo del todo; aunque siempre me he identificado con los poetas herméticos. Creo que uno va encontrando, como al azar, su filiación poética o ésta lo va descubriendo a uno, quizás por una especie de debilidad espiritual. El punto es que ya estoy lejos de esa poética y, en todo caso, esos poemas tardíos ya no son míos.

Pero ahora también quiero recordar algo de Américo Ferrari, crítico y poeta peruano, traductor, entre otros, del admirado César Moro, de Novalis, (y de Trakl, otro poeta fundamental y querido), quien me envió unas palabras, tal vez, más por deferencia, pues intercambiábamos inquietudes por correo electrónico inquietudes  las mías, deslumbradas; las de él, enjundiosas y agudas  acerca de la poesía maravillosa en verdad de Moro. Y hoy le encuentro sentido a eso que me escribió y que aparece a modo de epígrafe, porque se ha vuelto una idea importante en mis reflexiones y en mi quehacer creativo: «Estoy muy contento de verlo siempre en lo que podríamos llamar la pugna de la poesía». De esta manera he seguido reflexionando, dudando, trabajando y, más que todo, esperando el momento de la revelación lírica, con el tortuoso trabajo de corrección que comporta.

No sé por qué de repente, me vinieron ganas de hablar de Sarcófago de viento, aunque hoy lo miro con recelo. Pero no voy a explicarme, digo. Hay un par de poemas que se han publicado en antologías, y, sobre todo, ese poema a mí hijo Xabier que ha gustado mucho, creo, que escribí con cierto impulso febril desde sus ideas germinales.

Ahora, quiero retomar con agradecimiento parte de unas palabras amables y bien intencionadas del poeta colombiano Jaïr Trujillo, que hizo un comentario breve pero muy significativo para mí:

«No sé de qué pájaros me habla este libro pero los veo volar. No distingo a ese niño que sale y entra de los poemas de Edenilson pero oigo la risa y sus anhelos en medio del sueño. El hombre que ha subido de edad por la escalera ha venido a encontrarse conmigo, este libro ha viajado en la brisa del Caribe, lo han traído los pájaros raros que engullen su alimento en el aire… cuántos peces en el vientre de estos animales para producir poesía.»

 

jueves, 20 de agosto de 2020

EL DOLOR Y LA PESTE

                                                                                  A David Hernández Castillo

Hoy simplemente me duele el mundo y, sobre todo, mi país; me duelen como persona: esto ya no se trata de la sensibilidad poética. A veces, logro distraer la mente, pero ella me recuerda que hay algo incomprensible en todo lo que pasa. Disculpen, amigos, que parezca ser, en ocasiones, tan triste. Algo te marca desde el nacimiento y luego el mundo te hiere, de paso, te pone un sello que no te esperabas.
Hoy querría retener, sin embargo, algún puñado de alegría para ofrecérsela a la gente. Siento dolor por mi país, pero también por el cinismo, la ignominia, la mezquindad de las marionetas, que son gobernadas por algún lastre o tara que difícilmente podría llamarse humano del todo.
Vivimos al acecho de máscaras: vivimos amenazados. La desgracia nos cae en este tiempo de manera ineludible. La fatalidad sobrepasa en fuerza al raciocinio. No debemos mencionar a la muerte, no queremos que nos gobierne, hablábamos anoche con un amigo, pero ella está allí asediando nuestras pequeñas certezas de alegría.
Busco luz en las palabras pero lo que siento es una gran ceguera en el alma. Y querría, como ya he dicho, trocar algo de mis intuiciones por un poco de beneficio práctico. Y me siento miserable, viviendo en el mundo que busca darle forma a lo
imposible en la palabra, que yo creo verdadero.
El arraigo y el amor de la familia son insustituibles, más allá de tanta teoría seductora para el hambre sin fin del individuo en esta sociedad tan ilustre y avanzada. La peste nos lo demuestra. Nos tiene consternados. Por ella, valoramos, la eternidad efímera -pero sólo en duración de tiempo medible, mas no en intensidad significativa- el gesto amable y luminoso de nuestros seres queridos, de nuestros amigos. La dicha viene y se nos va y sólo nos queda su eco en la memoria.
Quisiera dejar de ser yo a veces, quiero combatirme, recriminarme las fallas: los egos de la subjetividad actual me inflaman también. Pero el mundo se derrumba. La fe parece algo inasible. La fatalidad aniquila todo con su peso.
Y sin embargo no hay nada que me consterne más en estos días que saber que mientras unas personas -la gente de salud y los altruistas, por ejemplo- están tratando de hacer posible la vida, otras (hablo expresamente de mi país) están abyectamente cegándole la vida al Otro: unos de manera innombrable y directa a través del mismo asesinato y otros a través de un razonamiento torpe que tiene influencia en la organización política para velar por la vida de la ciudadanía.
Y quiero evadirme de mí y de esta parcelita tan pequeña que sobreabunda en mezquindades.
Pero también considero que necesitamos descorrer los velos de todas las fuerzas asechantes y de todos los rostros ominosos que no permiten que la vida crezca y se perpetúe. Y, quizás -no sé cómo-, eliminarlos también, por el bien común.
Maldita peste.

Conversatorio entre Oscar López y Edenilson Rivera

    “A veces, me duele ser yo”   Me confesó el pintor Oscar López que comenzó a crear a partir de sentir un fracasado. Esta no es, dig...