Sarcófago…
Lo comparto, sobre todo, para
quienes no lo conocen. «Sarcófago
de viento» es mi primer
libro y el único publicado a la fecha. Naturalmente, ahora, hay cosas que no
me gustan, pero de ahí vengo. Y bueno mi fragua y cocina creativa son lentas,
aunque tengo ciertas prolongaciones de alientos fructíferos. Y mucha reflexión.
Tengo un par de cosas por ahí “terminadas”. Pero, en general, soy un hombre que
vive como a destiempo, lo que me pone en problemas, más que todo conmigo mismo.
Agradezco a la persona (no muy
grata para muchos) que en un inicio me prometió publicarlo, y que no tenía
criterio propio, no lo hiciera: ahora entiendo mejor algunas cosas haciendo el
rol de editor. Y lo seguí corrigiendo. Pero esa nota ya no importa.
Agradezco todavía a mi editor, el
poeta Osvaldo Hernández (Laberinto Editorial), el apoyo y la camaradería. La portada fue un trabajo de
su hijo, de 14 años en ese momento, Diego Hernández Molina (Diego Hermolina, en
el Facebook), tomando como base una obra de la pintora Aída Bañuelos para hacer
la composición de cubierta. Dieguito era un niño; bueno, con el agregado de que
el libro ya tenía algo que ver con los niños y sus visiones oníricas, con palomas,
con pájaros extraños. (No sé qué tan significativo puede volverse un sueño que se le impone a un niño.) Tiene que ver con los
poetas dilectos que leía y con cosas que ahora no entiendo del todo; aunque siempre
me he identificado con los poetas herméticos. Creo que uno va encontrando, como
al azar, su filiación poética o ésta lo va descubriendo a uno, quizás por una
especie de debilidad espiritual. El punto es que ya estoy lejos de esa poética
y, en todo caso, esos poemas tardíos ya no son míos.
Pero ahora también quiero recordar algo
de Américo Ferrari, crítico y poeta peruano, traductor, entre otros, del
admirado César Moro, de Novalis, (y de Trakl, otro poeta fundamental y querido), quien me envió unas palabras, tal vez, más por deferencia, pues
intercambiábamos inquietudes por correo electrónico inquietudes las mías, deslumbradas; las de él, enjundiosas
y agudas acerca de la poesía maravillosa en verdad de
Moro. Y hoy le encuentro sentido a eso que me escribió y que aparece a modo de
epígrafe, porque se ha vuelto una idea importante en mis reflexiones y en mi
quehacer creativo: «Estoy
muy contento de verlo siempre en lo que podríamos llamar la pugna de la poesía». De esta manera he seguido reflexionando, dudando,
trabajando y, más que todo, esperando el momento de la revelación lírica, con
el tortuoso trabajo de corrección que comporta.
No sé por qué de repente, me
vinieron ganas de hablar de Sarcófago de
viento, aunque hoy lo miro con recelo. Pero no voy a explicarme, digo. Hay
un par de poemas que se han publicado en antologías, y, sobre todo, ese poema a
mí hijo Xabier que ha gustado mucho, creo, que escribí con
cierto impulso febril desde sus ideas germinales.
Ahora, quiero retomar con
agradecimiento parte de unas palabras amables y bien intencionadas del poeta
colombiano Jaïr Trujillo, que hizo un comentario breve pero muy significativo
para mí:
«No sé de qué pájaros me habla este
libro pero los veo volar. No distingo a ese niño que sale y entra de los poemas
de Edenilson pero oigo la risa y sus anhelos en medio del sueño. El hombre que
ha subido de edad por la escalera ha venido a encontrarse conmigo, este libro
ha viajado en la brisa del Caribe, lo han traído los pájaros raros que engullen
su alimento en el aire… cuántos peces en el vientre de estos animales para
producir poesía.»