En sus primeros
escritos los poetas suelen desbocarse con la cosecha de la primera emoción y
comienzan a alentar su poesía con los destellos de su ego: más si, con poco
tiempo, quieren ver sus poemas en formato de libro, con vida propia, y tratando
de formar parte del universo y del gusto estético de los buenos lectores de
poesía.
Después de largo tiempo, aparece el libro Los pasillos imaginarios (Índole/Malayerba,
El Salvador, 2013) de Carlos Clará, motivo de celebración para la poesía
salvadoreña. Voy a referirme a este libro, intentando acercarme a ciertas
claves para encontrar algunas interpretaciones de su Poética, puesto que una
lectura no agota las significaciones —abiertas en sí mismas— de la poesía. Pero
esto no pretende ser una crítica académica, sino una aproximación intuitiva al
imaginario poético de este libro. Toda poética es única y sus hilos cruzan y
mueven el universo de manera también distinta. Desentrañar los símbolos —a
menudo ocultos o trastocados—, y tratar de aludir a cómo estos nombran la vida,
no es tarea fácil. Suele suceder que la poesía nos rehúye una primera lectura.
Por los pasillos imaginarios transita el ser
poético, el tiempo, la dualidad, los deseos, la espiritualidad y el
recogimiento íntimo y sentimental del poeta; pero enunciar estos no implica
agotar la poesía con unos cuantos tópicos o ámbitos poéticos, puesto que la poesía
no cesa con la referencia e intentos de análisis ni con las relaciones
aparentes, por llamarle así, del lenguaje propiamente poético, y su verdadera
lectura está abierta, digamos, de manera un tanto más oculta. Por esto mismo,
no podemos gozar plenamente lo que nos revela la poesía, pues no se trata de buscar
sus sentidos en un nivel superficial o anatómico: es preciso trascender al
universo que está más allá del lenguaje y los artificios retóricos.
El ordenamiento en secciones del poemario hace
referencia al sentido, pero más al tono, aliento y modulación de la voz
poética. En los pasillos imaginarios hay cinco series cuyo significado
corresponde, creo, al tránsito del yo lírico y al tiempo poético del libro: 1.
Canción del vértigo/ 2. Revelaciones del no retorno/ 3. Plegaria de los días/
4. Los pasillos imaginarios/ 5. Poemas no invernales.
Diseccionar el libro en los apartados de
éste y referirse a lo que cada uno aborda, sería disminuir la riqueza simbólica
del poemario; aunque la voz poética se va reafirmando en distintas presencias y
estancias en el libro, hay poemas cuya fuerza lírica sostiene el universo de
visiones que experimenta el yo poético en todo su tránsito.
Los pasillos y la Poética
Carlos ¿dónde dejaste tu cadáver de niño?, se
interpela la voz poética en uno de los primeros poemas (iniciación al crimen perfecto), y parece informarnos que ha habido
un tránsito y que ha llegado a cierto punto, pero no sabemos si éste es igual
de transitorio, si lo dice con crueldad o ternura, o de aquí partirá hacia otra
presencia dentro del tiempo poético del libro. En este y en los primeros poemas
parece que el poeta se presenta al mundo y nos presenta su mundo, para luego conducirnos por esos pasillos llenos de
tensión lírica en la que subyace una vida que parece sugerirnos deseo, lamentación,
permanencia y ritualidad, y un no retorno que no sabemos si se cumple a través
de todas sus revelaciones y es, contrariamente, una forma de afirmación del
tiempo y la existencia. Hay una suerte de oposición en esta poesía: hay algo
que descubre el poeta en su tránsito por esos pasillos y cuya nominación no se
devela plenamente. Esta oscuridad es la que enriquece a la vez su poética, y a
ésta debe acercarse el lector para descubrir, según su intuición y
sensibilidad, todos sus posibles significados.
El nombre de una mujer (Sara, el poema) también es una suerte de poética multívoca: miedo,
deseo, ternura, madre, fatalidad, abandono, ubicuidad y muerte: Sara ojos que el tiempo duerme. Aquí se
abren relaciones y tiempos como ámbitos despliega el poema: uno de los tantos
códigos de la poesía de Clará. Creo que la imaginería de este libro está más unida
a la vida del poeta que cualquier intento de clasificación retórica o ismo
poético de reciente usanza. Intuyo que este libro será un hito en su poética, en
razón de la identidad espiritual que representa para el universo del poeta.
Este universo personal se bifurca en dos grandes voces —probablemente haya más,
pero prefiero dos voces— que atraviesan y de las cuales derivan los demás
ámbitos de este universo poético: el yo del poeta hombre (deseo, hastío, denuncia), y el yo lírico del ser poético (afirmación,
dolor, permanencia), que, según mi criterio, es la voz más profunda y de la
cual dimana la luz de esos pasillos por los que transitan las visiones poéticas
y sus signos oscuros.
En algunos momentos la voz poética se vuelve
corpórea y entra en los rituales del hombre: hay un guiño de referencias donde
el poeta se deja vivir; quizá también represente la otra dimensión de esa dualidad tan inasible
y difícil de precisar. A lo mejor aquí, la voz poética pierda un poco de tensión
lírica, tan ambivalente y significativa, respecto de otros ámbitos poéticos,
donde la presencia espiritual es más fuerte.
Algunos versos no sólo forman parte del aliento
poético, sino que son parte y afirmación de la existencia: ellos lloran/ mueren de sed
como los hombres que sueñan sobre el pecho tibio de los enamorados en la carne
brillante de los muertos (el día de los espejos). He aquí el deseo de
permanencia del ser, a pesar del doloroso tránsito. Este camino de vértigo es preparatorio para el arribo a una de las dimensiones
más intensas, en términos líricos y existenciales, de los pasillos imaginarios:
revelaciones del no retorno. Nueve
revelaciones. No sé si haya alguna intención al definir que las revelaciones
sean nueve: una gran carga simbólica puede tener este número.
Una
extraña ritualidad, entre corpórea y metafísica, nutre el yo poético que se
duele, denuncia y fluctúa, pero no sabemos con certeza si busca cruzar la
puerta del retorno; este oscilar en el vacío le permite erigir su voz: la verdad nos perseguirá con la misma furia
como lo hace el tiempo (segunda revelación); tal fuerza y declaratoria son
a la vez motivo de esperanza, a pesar de que lo humano vive, resiste y se está
buscando, a través de la poética, entre el dolor y el desasosiego, para
afirmarse y dejar su rastro. Pero estas revelaciones también hablan de goce y descubrimiento,
además de referencias a cierto evangelio personal. Aquí hay un espacio y un
tiempo que las nueve revelaciones no develan del todo: el yo del poeta se
pierde, habla desde un ámbito en apariencia lejano y, a la vez, va enunciando el
mundo —un mundo no imaginario y doloroso—, y cifrándolo en visiones que se
prolongan y que construyen un nuevo sentido vital.
En una de esas revelaciones en las que la
vida no es la vida en un solo tiempo, la voz poética anuncia: causa y levadura de un pan amargo es la boca
que tapas con maleza del paraíso (cuarta revelación); posiblemente, culpa;
posiblemente, rito. El sentido se tiende en una dirección o los significados se
abren en ambas o en muchas direcciones; es ésta la apertura singular de la
poesía y su arrolladora fuerza: la vida puede estar ante el amor como puede estar
ante la muerte.
Entrando propiamente al umbral de los pasillos,
hay una lectura del mundo que nos declara o nos anticipa la voz del poeta: los signos se repiten a lo largo del camino
(dice el libro). En estos pasillos la muerte está presente, pero se le
resiste obsesa la vida, y el dolor corre el tiempo y se ha convertido en una
presencia importante: la palabra es un
espejismo de las horas. Suele aparecer el tiempo como un tema recurrente en
las poéticas de madurez; en ésta particularmente el tiempo está signado por el
dolor que transciende su permanencia. La voz poética denuncia que los muertos
están cansados, y reclaman: depredados
por el alba se enamoran de las oraciones los muertos. Este dolor colectivo cruza
de manera transversal los pasillos, si no, directamente, y el yo lírico lucha a
través de una memoria conmovida que se resiste e increpa contra el olvido: en las arterias del grito/ en la tumba del
perdón darán mis huesos con la nada.
Los pasillos se prolongan en todo lo que el
poeta siente, y por ellos transita y absorbe
el dolor para dar testimonio en una poética de signos personales que han
sido traducidos en imágenes y sensaciones: oscuridad, desolación y maternidad en
un tiempo fracturado. Una profunda impronta marcó ese cadáver de niño para
quedarse a vivir en el espíritu del hombre. Estos pasillos son tan reales como
metafísicos: hay un hijo, una pérdida, pero también una existencia que se
debate, un ojo que se proyecta más allá del paso del tiempo, de cierto tiempo:
cuáles son las posibilidades de ese tiempo: las del yo del poeta hombre o las
de yo del ser poético. Creo que las significaciones se abren ambiguas para
sacudir la sensibilidad y llegar con fuerza al espíritu. Y debo agregar aquí
que existe, me parece, cierta fe que pone a prueba la fe, pero no la que se
puede pensar literalmente: el Cristo de
madera tardará una noche para reír. Cuánta noche dura esta noche: aunque
oculto, aquí se abre el símbolo. Y así de representativa es esta Poética, como
la alusión a los muertos que quieren calar hondo y hacer memoria. Hay una
sacralidad oscura en la que el poeta descifra y vuelve a cifrar la vida, aunque
ha retomado algunas referencias que el imaginario colectivo pueda tener como
tradicionales, aquí han sido transmutadas en su poética: esto puede ser un
pretexto para mostrarnos, a través de una especie de prisma lírico, todo lo que
ha digerido en ese doloroso camino para develar nuevos sentidos, y es el agudo
y sensible lector quien debe terminar de construirlos.
En estos pasillos, a pesar de que el dolor,
la madre, el hijo, pueden ser un siglo, pueden ser uno, puedan eludir el tiempo
y vivir con el dolor (madre no mira
madre calla sangra del costado un siglo/ uno una luz), hay una existencia que resiste
el tiempo, el doloroso paso del tiempo, pero también permanece contra todo
abandono y nulidad. Pese a que enuncia que no ha encontrado la salida de ese
largo y tortuoso camino, denso en símbolos y oscuridad, hay una oposición
entrañable que es inherente al universo poético y que permite intuir una posibilidad:
la voz poética percibe la visión de algo promisorio aunque perdido en la
muerte. En ese mundo de desolación y muerte, que se opone en apariencia a la
espiritualidad de la poesía, en esa dimensión en que la vida parece imposible,
siempre ha permanecido o se ha quedado un hijo, quizá un cadáver de niño,
esperando y pidiendo a su Madre que le encienda la luz.